Por Lucy Padalecki
Suele ocurrir en lugares concurridos. Metro, micros, ascensores o tiendas.
A veces es violento, un apretón, un respingo y el ruido de una cachetada llenando el reducido espacio. Otras es sutil, un suave roce que, quién lo percibe, trata de excusar con inocencia o esperanza en la misma masa que se vuelven los cuerpos presionados hasta rasguñar el punto de fusión.
Un simple roce que persiste, toma forma y ritmo contra la otra persona para causar escalofríos de desagrado o de placer. Que termina con alguien satisfecho y alguien asustado, con los labios apretados y la boca llena de palabras con sabor a bilis. Porque pocas veces la víctima hace algo contra su atacante.